“Tiahuanaco está muy estudiado, pero lamentablemente la gente sabe muy poco de la importancia de esta civilización”, que tuvo su ciudad principal a 71 kilómetros de La Paz, explicó la autora a EFE.
Allí están el templo de Kalasasaya, la Puerta del Sol, el Templete Semisubterráneo, restos de la pirámide de Akapana, de casas palaciegas y recintos militares y esculturas en piedra de sus jerarcas, monumentos a cuyo estudio dedicó su vida Ponce Sanjinés.
Paradójicamente, según Montaño, los bolivianos saben más del imperio de los incas que del de los tiahuanacotas, sin comprender que estos dejaron una herencia cultural a los habitantes del Cuzco.
En su ocaso, los tihuanacotas se disgregaron en señoríos aimaras retrocediendo en su organización, pero un grupo de la aristocracia gobernante migró hacia la zona del Cuzco, “llevando consigo su tradición cultural y conocimientos de organización política”.
“Allí sus descendientes crearon el señorío inca que con el tiempo se convertiría en un imperio de características similares al de Tiahuanaco”, sostiene Montaño, apoyada en citas recogidas de antiguos cronistas como Bernabé Cobo y Waman Puma de Ayala.
“Los incas fueron herederos de las instituciones políticas, económicas y sociales de los tiahuanacotas en gran parte, pero también recibieron elementos culturales de Moche y Nazca”, apuntó.
En su momento de esplendor los tiahuanacotas, por medios pacíficos o mediante la guerra, ocuparon parte de la costa de Perú, el norte de Chile, el noroeste de Argentina y llegaron al oriente de Bolivia, en un área calculada en 600.000 kilómetros cuadrados, una superficie mayor a la de España.
Ponce aplicó el método de datación de carbono 14 a restos de cerámica descubierta en sus excavaciones y estableció la cronología de la vida de Tiahuanaco, desde que era una aldea hasta su caída como Imperio debido a guerras internas y a una devastadora sequía.
Tiahuanaco nació como aldea alrededor de 1580 a.C., creció como estado local en el 133 d.C., como estado regional en el 374 d.C. e imperial en 724 d.C. y declinó cerca del 1187 de nuestra era.
Este fue uno de los hallazgos científicos de Ponce que puso “en evidencia los errores de autores foráneos”, afirma Montaño.
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