“Madame Leblanc” (1824). |
Esta obra muestra,
en una impecable técnica, a una guapa modelo. La dama está más
embellecida aún por la presencia del mantón exquisitamente pintado, por
las joyas y por las sugerencias de la elegante decoración; sin duda el
autor magnificó sus cualidades y minimizó sus defectos. Este excelente
académico francés creó en su composición una suave disposición de formas
diseñados como deleites lineales. El cuadro tiene armonía entre lo que
el pintor quiere hacer y los medios que usa para hacerlo. Elegancia,
gracia y refinamiento disciplinado por un dibujo exquisito y gobernado
por un artista con genio para la creación de una hermosa línea.
No obstante, a pesar de ser un cuadro técnicamente perfecto, no se considera una obra maestra. En su momento fue considerado como una joya por los integrantes de la Academia Francesa, pero con el paso de los años se ha criticado fuertemente al autor y se le ha llamado, desdeñosamente, a sus cuadros “dibujos coloreados”. Ingres era un excelente dibujante, tal era la corriente predominante del clasicismo francés de aquella época.
El problema del cuadro, y en general de todos los retratos, es que, a menos que el retrato sea de alguien conocido o un retrato propio, el tema es muy limitado. La composición de Madame Leblanc es excelente, pero no dice más allá de lo que es, una mujer elegante, un cuello estilizado igual que manos y rostro. El pliegue y transparencia de las telas es asombroso, lo mismo que el colorido, los trazos. La actitud de la modelo es de altivez, está acostumbrada a mandar; mira de frente al posible espectador, con una actitud arrogante, segura de sí misma, de su posición, de su alcurnia.
A pesar de esa riqueza composicional y de su excelente técnica que parece una fotografía, no da más que eso. Los impresionistas, lo mismo que hoy, atacaron este perfeccionismo de composición por considerarlo vacío y artificioso, propio de una alta clase que podía darse esos lujos.
ARGENPRESS.info
No obstante, a pesar de ser un cuadro técnicamente perfecto, no se considera una obra maestra. En su momento fue considerado como una joya por los integrantes de la Academia Francesa, pero con el paso de los años se ha criticado fuertemente al autor y se le ha llamado, desdeñosamente, a sus cuadros “dibujos coloreados”. Ingres era un excelente dibujante, tal era la corriente predominante del clasicismo francés de aquella época.
El problema del cuadro, y en general de todos los retratos, es que, a menos que el retrato sea de alguien conocido o un retrato propio, el tema es muy limitado. La composición de Madame Leblanc es excelente, pero no dice más allá de lo que es, una mujer elegante, un cuello estilizado igual que manos y rostro. El pliegue y transparencia de las telas es asombroso, lo mismo que el colorido, los trazos. La actitud de la modelo es de altivez, está acostumbrada a mandar; mira de frente al posible espectador, con una actitud arrogante, segura de sí misma, de su posición, de su alcurnia.
A pesar de esa riqueza composicional y de su excelente técnica que parece una fotografía, no da más que eso. Los impresionistas, lo mismo que hoy, atacaron este perfeccionismo de composición por considerarlo vacío y artificioso, propio de una alta clase que podía darse esos lujos.
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