Claudine Vallieres analizó catorce basureros del barrio de Mollo Kuntu de la antigua urbe andina. Sus hallazgos se ubican entre 500 y 1100 d.C., cuando Tiwanaku era una zona urbana que tenía entre 15.000 a 20.000 habitantes.
A medida que la excavación de un basurero avanza, afirma, éste cambia de color y se torna oscuro, lo cual se debe a la presencia de ceniza que o bien era recogida de los fogones o quedaba después de prender fuego a los depósitos.
En los basureros, la arqueóloga encontró restos de cerámica y de instrumentos líticos, además de semillas y plantas, como maíz, restos de tubérculos y frutos de cactus parecidos a las tunas. Sin embargo, en los basureros de Mollo Kuntu, Vallieres halló una gran cantidad de huesos de camélidos, no así de aves o cuyes, que son comunes en otras zonas.
Mollo Kuntu era una zona residencial o barrio situado al sur de Akapana y al este de Puma Punku. Esta zona estaba habitada por gente que no pertenecía a la élite y más bien se trataba de una especie de clase media. Estos habitantes eran gente muy local del altiplano, que posiblemente ya estaban antes de que Tiwanaku se convirtiera en un núcleo urbano, es decir, eran como los originarios, como el barrio tradicional de la urbe.
Identidad
La principal característica de los habitantes de Mollo Kuntu consistía en que su dieta estaba constituida principalmente por carne de camélido. La antropología de la comida, explica la especialista, es un enfoque teórico que dice que la comida es mucho más que nutrición, ya que “la comida es identidad”.
Los habitantes de Mollo Kuntu comían menos maíz que el resto de los habitantes de Tiwanaku. El grano era abundante en la ciudad, pero ellos elegían no consumirlo. Quizá esto se deba a que evitaban comer productos que caracterizaban a habitantes de otras zonas, como por ejemplo Ch’iji Jawira, barrio en el cual se ha encontrado maíz en gran cantidad. En esta zona también se encontró cerámica que indica que los estos habitantes procedían de la actual región de Cochabamba. Al consumir abundante carne y poco maíz, los de Mollo Kuntu querían distinguirse, por ejemplo, de los habitantes de Ch’iji Jawira, dice Vallieres.
Camélidos
De los huesos que Vallieres encontró en los basureros, un 10% pertenecía a camélidos jóvenes, los cuales no presentaban cortes; al contrario, se trata de animales enteros que simplemente fueron botados y enterrados.
La mortalidad entre los animales jóvenes era alta y quizás debido a que morían por alguna enfermedad no los consumían. Esto sólo se puede ver en gente que tiene su propio rebaño, argumenta la especialista. “No van intercambiar un animal de cinco meses y después botarlo”, explica.
Además, los de Mollo Kuntu guardaban lo mejor para su consumo, pues la mayoría de los huesos analizados corresponde a animales que se encontraban entre los tres y seis años. “El 60% de los animales era de hasta tres años”, dice.
Los de Mollo Kuntu también utilizaban sus animales para hacer viajes y trasladar cosas, pues en los huesos se han encontrado patologías en los huesos de las patas y en las vértebras, que son un indicio de que los animales recorrían grandes distancias trasladando carga. Conformaban las célebres caravanas de intercambio de productos –papa o maíz por sal, por ejemplo-, sobre las cuales han escrito arqueólogos y antropólogos que han estudiado Tiwanaku.
Comida y parafernalia
En Mollo Kuntu comían todas las partes de los animales, para lo cual los trozaban, los convertían en pedacitos. “Debían tener un menú muy grande”, opina la arqueóloga.
Los platos en los que comían eran adecuados para consumir carne trozada, pues en ellos no entraban pedazos grandes; lo mismo ocurría con los recipientes para cocinar, ya que éstos eran como globos con un pequeño agujero. “El equipo culinario parece hecho sólo para sopas”, no había platos planos como existen en otra zona llamada Putuni, dice Vallieres.
En la zona de Putuni se encontró una gran cantidad de escudillas, que son platos más largos con un borde muy decorado, los cuales parecen platos de la élite. Esta zona está al lado de Kalasasaya, en el centro ceremonial, y se caracteriza porque sus construcciones y estructuras líticas son muy finas. Asimismo, contaba con canales de agua y por el contrario no había basureros como en Mollo Kuntu.
Por todo ello se piensa que ellos eran diferentes, que tenían cosas a los que no todos tenían acceso. Además parece ser que en esta zona se daba mayor importancia a la higiene y la limpieza, lo cual se evidencia por la existencia de canales, como ha afirmado Nicole Couture.
Sociedad heterogénea
Los distintos habitantes de Tiwanaku buscaban diferenciarse entre sí, pues vivían en complejos amurallados grandes. Cada barrio estaba amurallado y se accedía a él por una puerta única. La existencia de los complejos amurallados es una característica tiwanakota, según la arqueóloga.
El material con el que se construían los respectivos muros es otro indicio de las diferencias. En Ch’iji Jawira, por ejemplo, los muros estaban construidos con tierra apisonada y sin piedras; en cambio en Putuni, la zona de élite, utilizaban piedra finamente trabajada.
En los muros de Mollo Kuntu, sus habitantes utilizaron piedra de campo, lo cual significa que tenían un nivel social intermedio entre Putuni y Ch’iji Jawira. Pese a que entre los habitantes existían claras diferencias sociales, los moradores de Tiwanaku también presentaban características en común.
Urbe andina
Los tiwanakotas tenían el sentimiento y la identidad de vivir y pertenecer a la capital, a la ciudad, lo cual se expresaba a través del uso de keros y el consumo de chicha, que son comunes; al menos en las celebraciones públicas.
Sin embargo, también estaban quienes veían todo ello como algo banal, para quienes “vivir en Tiwanaku” no era extraordinario, sino algo “normal”.
La gente piensa en Tiwanaku sólo como un centro ceremonial y turístico y olvida que se trataba de una ciudad que tenía una dinámica propia. “La gente tenía amigos, relaciones y compadres”, afirma la arqueóloga, quien a través de sus excavaciones y hallazgos se aproxima al ser humano que vivió en la antigua ciudad andina. “Yo me identifico” con ellos, dice.
El oficio de zooarqueóloga
Claudine Vallieres nació en Montreal, Canadá, y actualmente cursa un posdoctorado en la Universidad de Florida, EEUU.
Llegó al país por primera vez en 2006, cuando cursaba su doctorado en la Universidad McGill de Montreal, Canadá. A partir de entonces volvió en reiteradas ocasiones hasta 2009, cuando hizo una residencia que duró nueve meses.
Es especialista en zooarqueología, que es el análisis de “restos faunísticos”. Vallieres afirma que lo que estudia es la relación que existía entre los animales y los humanos. “A mí no me interesa sólo el animal, sino cómo los humanos lo utilizaban”, dice.
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