Texto: Con información de la vanguardia y el mundo.es Fotos: Internet
Como el síndrome de Vietnam, que ha marcado todas sus empresas bélicas desde los años 70, Estados Unidos también vive, desde la misma época, bajo el síndrome del caso Watergate.
El escándalo que comenzó como "un robo de tercera categoría" (en palabras del portavoz de la Casa Blanca) y acabó con la dimisión del presidente Richard Nixon expuso lo peor y lo mejor de la democracia americana: los abusos e ilegalidades amparadas en el poder presidencial y, al mismo tiempo, el funcionamiento de los contrapoderes que detectaron, desvelaron y al final castigaron estos abusos. Desde la dimisión de Nixon, en 1974, la tensión entre la tendencia al secretismo de todo jefe de Estado y la vigilancia de los mecanismos de control ha sobrevolado todas las administraciones.
En Vietnam, EEUU sufrió su derrota más humillante. Con el Watergate, la figura del presidente se desacralizó. El presidente dejó de sentirse inmune e impune. Vietnam y el Watergate forzaron a la superpotencia a la autocrítica y a una introspección.
John W. Dean III, uno de los personajes clave en la trama del Watergate, cree que la lección para los tiempos actuales es sencilla: "Rinde cuentas, di la verdad". El consejero legal (counsel) de la Casa Blanca Dean fue uno de los encargados de organizar el encubrimiento de las operaciones de la administración Nixon.
"La única manera de salir de un lío como aquel es explicar lo que pasó de verdad. No distorsionarlo, ni retorcerlo, ni esconderlo", aclara. Tras dimitir, Dean fue condenado por obstrucción de la justicia y pasó cuatro meses en prisión.
Dean participó el 18 de junio de la fiesta que The Washington Post, el diario que destapó el escándalo, organizó en Washington. Por primera vez se congregaron en un mismo espacio héroes y villanos del Watergate, los reporteros Carl Bernstein y Bob Woodward, y fontaneros de Nixon, investigadores del caso y hombres del presidente como Dean. Y todo en el mismo Watergate, el complejo de apartamentos y oficinas que dio nombre al escándalo, a orillas del río Potomac, cinco plantas más arriba del lugar donde, en la madrugada del 17 de junio del 1972, cinco hombres trajeados fueron detenidos mientras intentaban instalar un sistema de escuchas en la sede del Comité Nacional Demócrata.
Woodward, Bernstein y The Washington Post fueron fundamentales para descubrir, tirando el hilo de aquel suceso, la red criminal que había tejido la Casa Blanca de Nixon para socavar a sus adversarios políticos. Pero las fechorías del presidente no se habrían conocido en todas sus dimensiones "si no hubiese habido un partido opositor controlando el Congreso y un juez como John Sirica", recordó Richard Ben-Veniste, fiscal especial del caso, en un coloquio celebrado durante la fiesta de aniversario.
La idea de que todo acabará por saberse, de que en EEUU no hay secreto de Estado que pueda mantenerse por un periodo excesivo, empezó a extenderse entonces. Hasta Nixon, los presidentes habían dado por hecho que sus comunicaciones en la Casa Blanca pertenecían al ámbito privado y nunca nadie las escucharía.
Una de las consecuencias del Watergate fue su divulgación.
"Las cintas de Kennedy y Johnson eran desconocidas para los Archivos Nacionales. Ahora pertenecen al pueblo americano", dijo Timothy Naftali, exdirector de la Biblioteca y Museo Presidencial Richard Nixon. "A Nixon nunca se le pasó por la cabeza que alguien las escuchase", constató el exsenador Fred Thompson, que tuvo un papel relevante en la comisión del Watergate en el Senado.
Nixon escapó a un juicio gracias al perdón que le otorgó su sucesor, Gerald Ford. Pero muchos de sus colaboradores pasaron por la cárcel. Como Dean o Egil Krogh Jr., codirector de la Unidad de Investigación Especial de la Casa Blanca, los famosos fontaneros que orquestaron varias campañas de sabotaje, además del Watergate.
Krogh también participó el lunes en la celebración del 40.º aniversario. "Es importante entender que tu lealtad es a la Constitución", explicó. "Cuando yo juré el cargo, tenía 29 años y mi lealtad era a Richard Nixon". "La principal lección -añadió- es que no puedes dejar aparcada tu integridad personal cuando ingresas en una organización".
Desde entonces, casi todas las administraciones han tenido sus gates, sufijo aplicado con facilidad a cualquier escándalo político. Desde el caso Irán-Contra, con Ronald Reagan, hasta el caso Monica Lewinsky, pasando por la guerra contra el terrorismo de George W. Bush.
El aniversario del Watergate coincide con las revelaciones sobre los asesinatos selectivos con aviones sin pilotos y sobre la ciberguerra dirigida por el presidente Barack Obama. El Departamento de Justicia quiere investigar las fuentes anónimas que han filtrado estas informaciones.
"Algunos han aprendido (las lecciones del Watergate). Otros las han olvidado. Bill Clinton es el ejemplo clásico", opina John W. Dean III. "Las olvidó".
¿Y Obama? "Muy bien. Hasta ahora no han tenido grandes escándalos. Ha sido una administración relativamente libre de escándalos. Han sido muy claros y abiertos", dice. Pero matiza: "En algunos ámbitos no tan bien, sobre todo en seguridad nacional".
¿Es Nixon una anomalía en la historia americana? "Desafortunadamente, no", responde.
LUCHA POR SOBREVIVIR
El aniversario que recordó el Washington Post tiene mucho de nostalgia de los tiempos en los que logró marcar la agenda política y consiguió su récord de circulación. Tras el escándalo que obligó a dimitir a Richard Nixon en agosto de 1974, el 'Post' aumentó sus ventas y se deshizo de su principal competidor, el 'Star'. En menos de una década pasó de 450.000 ejemplares a 730.000. Se mantuvo en la liga de los 800.000 hasta 1997, cuando volvió a bajar por debajo de este umbral y empezó el declive de ventas.
El recuerdo de la gloria del Watergate llega en un momento duro para el 'Post'. Ahora ronda el medio millón de copias, mientras el New York Times tiene una circulación de 1,6 millones y el Wall Street Journal, el líder de la prensa en Estados Unidos, más de dos millones. El periódico de Washington sufre especialmente desde 2008, cuando perdió $us 193 millones. El año pasado se recuperó tras la venta de Newsweek, pero aún perdió $us 25 millones en publicidad. El primer trimestre de 2012 informó de una bajada de los anuncios del 17% y una caída de las ventas del 10% respecto al año anterior.
En febrero anunció a la quinta ronda de bajas incentivadas en la última década, que ha reducido un tercio la redacción y la ha dejado en algo más de 500 personas. Desde que empezó la crisis, el 'Post' ha recortado unos 200 puestos de trabajo. Aun así, la redacción sigue siendo mayor que en 1972, si bien una parte está dedicada a la edición digital.
El director, el poco popular Marcus Brauchli, explicó que "este es un año muy caro", con elecciones presidenciales en noviembre y Olimpiadas en julio, es decir, muchos viajes y muchos gastos. Pero el defensor del lector Patrick Pexton se quejaba de cómo el diario podrá investigar ahora un escándalo con la misma dedicación que el Watergate cuando sus reporteros locales o del equipo de investigación se están marchando.
El diario sigue sacando exclusivas, como la última investigación exhaustiva sobre los chanchullos de los congresistas para beneficiar a amigos, familiares y otros colegas, la juerga de los agentes del servicio secreto en Colombia o las fotos de las torturas en Afganistán e Irak. Pero nada comparable al Watergate, un legado que el director insiste en que hay que honrar, pero también superar para no caer en la melancolía.
El 'Post' está, por eso, más centrado en captar lectores en su web, relanzada varias veces. Es uno de los grandes periódicos de EEUU que no cobra por la información on line, y asegura que no lo hace porque primero necesita una base muy fiel de lectores dispuestos a pagar. El diario se propone conseguir más lectores asiduos y construir un software más rápido. Si cerrara ahora su web, y ganara por ejemplo un 3% más como el 'Times', apenas sacaría seis millones extra.
"El 'Post' está pensando en que si aumenta el número de usuarios on line habituales podrá atraer más publicidad y sobre todo más publicidad que pague más", explicó Pexton.
Ahora prueba con un nuevo señuelo, una aplicación de Facebook que ya ha tenido más de 21 millones de descargas. El 'Post' ofrece toda la edición impresa gratis a quien comparta sus artículos en esta red social donde los anunciantes pueden saber la edad, los estudios, el trabajo, las preferencias, las costumbres y los amigos de los usuarios. Pexton explica que si su diario integra el contenido en las redes sociales, "podrá dirigir la publicidad más directamente, como hace Google".
"Uno de los problemas de los periódicos es que no se han beneficiado de los sofisticados y caros logaritmos de búsqueda que Google y otros usan para dirigir la publicidad. El 'Post' espera lograrlo en pocos años. Esos millones de usuarios de la aplicación de lectura de Facebook pueden ser muy lucrativos si se hacen anuncios a su medida", dice Pexton.
Aun así, el éxito de la aplicación no garantiza la lectura. Pese a las descargas, los lectores habituales a través de Facebook también cayeron desde el estreno. En mayo, eran poco más de nueve millones.
El futuro es incierto. En febrero, presionado sobre dónde está el final de la reducción de la plantilla, Brauchli dijo ante los reporteros: "Esto es doloroso".
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