lunes, 24 de diciembre de 2012

Siguen las pistas dejadas por el mayor estafador arqueológico del mundo

Fue uno de los escándalos más sonados de la esfera científica. Un fraude como ningún otro, que cumple 100 años de haber sido perpetrado. Ahora se busca al culpable. El caso de los “fósiles del Hombre de Piltdown”, como se le conoce hasta la fecha, conmovió los cimientos del establishment científico británico y no británico a mediados del siglo pasado.

Por más de 40 años, un conjunto de huesos hallados en una fosa en el sureste de Inglaterra fueron tenidos por restos de un ancestro humano, posiblemente hasta un “eslabón perdido” entre el hombre y los monos.

Pero nada era cierto: se trataba de fragmentos sueltos, uno de orangután, otros de humanos modernos, algunos otros de mamíferos antiguos, todos maquillados y “sembrados” convenientemente en la fosa por una mano inescrupulosa.

Inútiles resultaron las advertencias de algunos investigadores, en el sentido de que algo no olía bien en el hallazgo de Piltdown. No fue hasta 1953 que el fraude resultó expuesto.

Ahora la colección vuelve al microscopio, pero no para buscar una legitimidad perdida, sino para aplicar sobre ella un tratamiento casi policial, con el fin de confirmar la identidad del autor de semejante farsa.

Sospechoso

La tesis más aceptada tiene como principal sospechoso al abogado, anticuario y paleontólogo aficionado Charles Dawson.

Dawson estaba ahí cuando se produjo la mayoría de los “descubrimientos”: en esencia, un fragmento de mandíbula de orangután, un diente molar y otro canino, partes de cráneo de tipo humano y una variedad de herramientas, mucho de ello tratado con tinte para dar la impresión de que había estado enterrado por largo tiempo.

“Estamos tratando de aplicar técnicas forenses a este material”, explicó el profesor Chris Stringer, del Museo de Historia Natural de Londres.

“Queremos determinar cuántas técnicas de modificación se usaron, cuántos especímenes fueron ensamblados. Mientras más logremos reducirlo a una sola persona, más apuntaremos hacia Dawson”, sostuvo.

Con pruebas de ADN se determinará si el fragmento de mandíbula pertenece, en realidad, a un orangután, y el análisis con isótopos podría revelar dónde se obtuvieron algunos de los materiales. Se sospecha, por ejemplo, que las partes de cráneo fueron tomadas de una colección proveniente de Egipto.

El doctor Matt Pope, del University College de Londres, ha vuelto a las fosas en busca de pistas. “Queremos revisar los registros de las excavaciones originales, seguir la lógica de Dawson y otras personas involucradas y ver los depósitos con ojos arqueológicos y geológicos modernos”, dijo.

No sería descabellado suponer que la comunidad científica británica preferiría quemar esos restos.

Pero el recuerdo y el interés se mantienen, así sea sólo por el hecho de que el asunto sirve de advertencia sobre cómo determinados “descubrimientos” científicos pueden terminar en catástrofe.

Tratan de aplicar técnicas forenses para estudiar el fraude.

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