domingo, 20 de enero de 2013

Cleopatra, historia y leyenda



Cuando se le preguntó a Mao Tse Tung su opinión sobre la Revolución Francesa, parece que respondió que era muy pronto para formarse un criterio de la misma. Entonces, revisar hechos y personajes que colorearon la historia universal hace 2.000 años podría brindar conjeturas con razonamientos reposados y exentos de las subjetividades del momento. Ése es el propósito de Stacy Schiff, premio Pulitzer 2010, al ofrecernos las 418 páginas de su magistral investigación acerca de Cleopatra.

Las decenas de biografías que brotaron a lo largo de los siglos comentando la vida y obra de la controvertida reina se basaron, primero, en los escritos de Suetonio, Plutarco, Cicerón, Quintiliano y otros, más próximos a su época. Luego, la crónica histórica dio paso a la leyenda y fue William Shakespeare que en Antonio y Cleopatra recuenta la trágica relación sentimental de esa pareja. Entre uno y otro género surgieron centenas de versiones noveladas, llevadas a la ópera, al teatro y al cine, siempre tratando de interpretar la verdadera personalidad de la monarca.

En la tardía traducción francesa (2012) del estudio de Schiff se constata que ella revisó casi todas las fuentes disponibles, apiladas en una monumental bibliografía de libros, revistas, periódicos, folletos y papiros acumulados en dos milenios. Schiff, con el auxilio de modernos métodos de investigación, reconstruye, casi día a día, los 22 años de reinado de la “egipcia” (en verdad griega-macedonia) desde su coronación a sus 18 años de edad hasta su martirologio a los 39.RETRATO. Se retrata a Cleopatra tal cual debió realmente ser. No fue tan bella como se cree y su nariz prominente al igual que su mentón denotaban un carácter indomable. Lejos está el perfil imaginativo que el vulgo se forma de ella, mirando la parodia de Elizabeth Taylor cuando la representó en la película de Cecil B. de Mille. Una iconografía cuidadosamente seleccionada nos ofrece varias fisonomías de la reina en las monedas acuñadas durante su regencia y en algunas esculturas en granito o en basalto.

Oradora consumada, dominaba nueve lenguas y su atractiva personalidad, más que la miel sexual, pudo seducir, sucesivamente, a las dos mayores figuras de su tiempo, Julio César y Marco Antonio. Con la ayuda de ellos, levantó aquel Imperio Oriental que emuló a Roma en sus logros culturales y la alimentó con su trigo inagotable.

Feminista en un mundo machista y melindroso, concibió al hijo de un hombre casado (César) y luego tres, de otros. Estratega brillante, condujo sus flotillas en las batallas navales o apoyó militantemente las legiones romanas que garantizaban la seguridad de su territorio. Mujer fina, de “encanto irresistible”, al decir de Plutarco, hizo de la ciudad de Alejandría un modelo de arte, ciencia y cultura, la capital más grande del mundo civilizado.

Desde su encuentro furtivo con Julio César, que a sus 52 años probablemente desfloró a la ninfa de 18, cautivó al célebre general que se dejó amar y ciertamente manipular para consolidar su hegemonía sobre sus dos hermanos Ptolomeos, con quienes contrajo matrimonio, uno tras otro, para ofrecer a sus súbditos el rito de la pareja imperial.

La travesía por el Nilo, del brazo de César, es reconstruida con detalle en circunstancias en que se trataba de afianzar a Egipto como un aliado leal de Roma. El dictador, vencedor de 302 batallas, se creía invulnerable, pero cuando las 23 puñaladas que lo asesinaron en el Senado podrían haber cambiado el destino de Cleopatra, surgió Marco Antonio, quien a su turno fue atrapado en las redes de la reina y devino su cumplido amante y el socio de su poder total.

La monarquía absoluta que Cleopatra ejerció en Egipto la convirtió en la mujer más rica de todos los tiempos. Acuciosa investigadora, Schiff estima, exagerando, que su fortuna, en moneda actual, equivaldría a $us 98,8 mil millones. Generosa sin límites, sus banquetes culminaban con la partida de los privilegiados comensales cargados de valiosísimos obsequios.

Para comprender su pavorosa caída, la autora infiere varias alternativas acerca de la conducta observada por Cleopatra en los días decisivos del avance de Octavio sobre Alejandría. Ante la inminencia de una derrota militar, mandó a construir en tiempo récord su mausoleo donde acopió un cuantioso tesoro, dispuesta a prenderle fuego para inmolarse después. Ese destino era preferible a caer como cautiva de Octavio, su acérrimo enemigo, que planeaba transportarla viva a Roma como trofeo de guerra. SUICIDIO. El suicidio de Marco Antonio obedeció al mismo temor y precipitó la intención de Cleopatra que, encerrada en su mausoleo acompañada de sus fieles servidoras Iras y Charmion, también se mató, pero Schiff demuestra que no podría haberse servido de aquella serpiente que difícilmente hubiera podido ser camuflada en una cesta de higos. Ese detalle, pimienta de la leyenda, resulta desechado.

Octavio honró el pedido de la prisionera y accedió a que sea enterrada junto a la sepultura de Marco Antonio. No obstante, a raíz de un terremoto acaecido en el siglo V, esas tumbas han desparecido, como toda la antigua Alejandría junto al palacio de Cleopatra, al faro, a la famosa biblioteca y al museo. Encima queda la ciudad actual, siempre subyugante.

Dos mil años después, los autócratas que suben vertiginosamente a la cima y caen con igual velocidad, aunque vanidosos e insolentes, siguen siendo fascinantes; la lucha entre Oriente y Occidente persiste y “el sexo y el poder alumbran aún los mismos incendios”.

Cleopatra cierra un importante periodo, 30 años antes del inicio de la era cristiana. Si bien mandó asesinar a sus hermanos y ejecutar a otros opositores a su régimen, sea mediante el veneno o la decapitación, dejó un balance globalmente positivo por su ejecutoria como gobernante, abanderada de valores culturales y de la civilización oriental.


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