lunes, 15 de abril de 2013

El filósofo Keyserling en La Paz

Gélido y árido, el enorme altiplano paceño le daba la bienvenida a quien era considerado uno de los filósofos más influyentes del mundo para la primera mitad del siglo XX, el conde Hermann Keyserling. Cansado y enfermo, arribó a la Ceja de El Alto para después bajar hasta la estación ferroviaria paceña en la populosa Chijini.

Ante la inclemencia del tiempo y la tierra agreste que su iris divisaba, Keyserling se hizo la siguiente pregunta: ¿podrá ser posible que aquí se forme una nación?

La interrogante sería respondida en los siguientes días de su estadía.

Días agitados

Keyserling vino con una meta: dar una conferencia sobre cómo se forma una nación. Y no era poco, ya que dicha disertación le caía como anillo al dedo al fervor nacional del país en esas épocas.

Mientras el Conde se alojaba en el hotel París del centro paceño, en todo tiempo guiado por el entonces rector de la Universidad Mayor de San Andrés, el ingeniero Emilio Villanueva, y por el encargado de Negocios de Alemania, Ludwig Mays, en la esquina de aquel hospedaje se escuchaba el rugir de los canillitas que anunciaban otro episodio del fervor nacional contra Paraguay, años antes de que el encono desencadenara en una guerra.

Villanueva había concertado la conferencia de Keyserling para el martes 20 de agosto de 1929 en el Teatro Municipal. No podía ser el día anterior, lunes, porque en esa fecha ya se había reservado el escenario para las funciones de la Compañía de Teatro Tiahuanaco, que con su obra Manco Kápac, del guionista Adán Sardón, aprovechaba la ola nacionalista imperante en esos días de conflictos diplomáticos con Paraguay.

Antes de la conferencia

Mientras la ciudad se movía a ritmo frenético, Keyserling, agitado por la altura del valle de Chuquiago, se aprestó a descansar en su habitación.

Sin embargo, la tarde del domingo 18 de agosto pidió conocer la tierra que lo cobijaba. El Ministerio de Relaciones Exteriores le facilitó un automóvil con chofer y una comitiva para que paseara por las calles paceñas.

Al transitar por las vías empinadas de la ciudad, éstas le causaron sensaciones fuertes que hicieron aflorar una sonrisa en sus labios. Según un reportero, lo que más capturó su atención fueron los trajes multicolores de los indígenas, a los cuales empezaba a admirar por sus esfuerzos de sobrevivir en este agreste entorno natural.

El automóvil llegó al Montículo de Sopocachi, desde el cual el pensador alemán divisó, maravillado, las enormes serranías en la lejanía, para finalmente posar su vista en el manto blanco del Illimani.

Después de recorrer el centro, el automóvil se dirigió hacia la zona de Obrajes y Calacoto, entonces todavía cubiertas del verdor de la naturaleza. El pensador se fijó en las casas de los indígenas y sus ojos se concentraban atentamente en la humanidad de aquéllos.

En ese instante, Keyserling se acercó al reportero y le dijo: “Este país es muy original”. Inmediatamente le preguntó “si el indio había influido en la vida política del país, si ha tenido hombres de estudio”. Ante la respuesta del reportero, el filósofo mencionó que “es un valor que habría que aprovechar y esto es muy importante para el porvenir de este país”.

El gran día

Eran las 17:00 del martes 20 de agosto de 1929 y el Teatro Municipal estaba lleno. Al acontecimiento había asistido toda la élite intelectual de la ciudad, sumada a los altos círculos sociales. En las galerías del teatro se encontraban poetas y escritores, mientras que, debido a la falta de asientos, los pasillos del recinto estaban atestados de reporteros y público en general.

Keyserling llegó al teatro poco después de las 17:00. En tanto tomaba su lugar en la testera que el comité, presidido por Emilio Villanueva, había preparado en el centro del escenario, el público esperaba emocionado la disertación del filósofo alemán.

Posteriormente, en medio de aplausos, Villanueva y el intelectual Daniel Sánchez Bustamante hicieron la presentación de Keyserling ante la audiencia.

Keyserling inició su exposición con una idea: la convicción de que cada ser humano era único, que cada uno tiene un estilo al hacer las cosas. Afirmó que uno no puede repetir lo que otro hizo, que cada uno tiene su sello propio. En resumen, dijo que “esto explica el aspecto más grande de la vida, aquella realidad: la ley de la no repetición. En la vida se presenta una vez y nunca más”.

Después de hablar sobre la personalidad única de cada ser humano, habló del espíritu. Recordó que éste se transmite de persona a persona gracias a un episodio que nos marcó la vida, como la obra de un autor. Aseguró que “uno puede leer cuanto pueda para olvidar a la mañana siguiente, esto no significa nada en la vida; pero la lectura de una cosa, que sea de una gran importancia personal para el individuo, nunca la olvida”.

Aclaró que tanto el espíritu como el estilo propio son la base de las naciones.

Describió que el espíritu de una persona creativa puede influir en los espíritus de una nación, “de un hombre que gracias a su genio, gracias a la encarnación perfecta del espíritu de la raza en su propia personalidad, dio un alma propia al pueblo que no la tenía. Es así como Grecia se volvió Grecia gracias a Homero; como en nuestros días, Rabindranath Tagore ha creado a la nación india, que antes era totalmente desconocida en el mundo”.

Una vez concebido su espíritu, esa nación está destinada a plasmar su estilo, su forma original de ser. Explicó que “cuando un pueblo no ha plasmado o formado su estilo propio, cuando después de varios siglos de más o menos vitalización, no ha formado una expresión de última perfección como Grecia, la China antigua y tal vez las culturas americanas, nadie tiene derecho de hablar de una nación, porque la nación es la síntesis del estilo”.

Habló de las culturas americanas y destacó que éstas lograron un estilo original ante la enorme fuerza de la naturaleza en América; “la fuerza de naturaleza es tan grande en este continente que para llegar a un equilibrio verdadero, de cierta pasividad, su estilo era el más adecuado y el más apropiado”.

“Nada se hace por sí mismo, todo se hace por la energía espiritual”, dijo. A posteriori, remarcó que “todos los triunfos son de los pocos, es decir, de los poetas, de los pensadores, de los creadores: son ellos, esos pocos ayudando en el camino de la vida, que decidirán los caminos de la América entera”.

Keyserling terminó su disertación a las 18:10, ovacionado, en medio de estruendosos aplausos del público.

Con el sabor a Bolivia

Al final de esa semana agitada, Keyserling dejó el territorio nacional para seguir su viaje por Sudamérica.

En su mente guardaba el recuerdo de una tierra original y con un futuro promisorio si ésta se lo propusiera. Sus ideas de crear una nación a partir del estilo original y del espíritu tuvieron eco en personas como el ingeniero Emilio Villanueva, promotor de la visita del filósofo alemán a La Paz. En los mismos días en que Keyserling llegaba a estas tierras, Villanueva daba a conocer al público los proyectos del estadio de Miraflores y de la Ciudad Universitaria, íconos urbanos que buscaban recoger el espíritu y originalidad de los creadores de Tiwanaku.

Uno puede leer cuanto pueda para olvidar a la mañana siguiente, esto no significa nada en la vida; pero la lectura de una cosa, que sea de una gran importancia personal para el individuo, nunca la olvida.

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