lunes, 12 de noviembre de 2012

Recrean la labor y escenarios de orfebres milenarios

Un camino subterráneo conduce a escenarios que evocan la época prehispánica, donde talentosos orfebres realizaban pulcras piezas de oro, plata y cobre, con rústicas herramientas que eran fabricadas por sus propias manos.

Bienvenidos al Centro de Orfebres Prehispánicos, un espacio ubicado en el centro de la ciudad, donde se recrean los saberes artesanales ancestrales en tallado, cerámica, textiles y curtido de pieles de las culturas Tiwanaku, Chiripa y Wancarani.

Esta iniciativa, que abrió sus puertas hace un mes, pretende mostrar las destrezas y tecnologías de los artesanos de esa época, con la interpretación de sus actividades cotidianas, donde procesaban diademas, tupos y máscaras, entre otros adornos.

“Con esta recreación queremos explicar este minucioso y admirable trabajo artesanal, pero de una manera comprensible y didáctica”, explica Iván Blanco, representante de este centro.

Este circuito, que puede durar entre 30 y 90 minutos, está dirigido a estudiantes y turistas. Todos son bienvenidos.

Para ello, un grupo de artesanos, arqueólogos e historiadores recopiló información de reconocidos investigadores como Carlos Ponce Sanjinés y Arturo Ponsnasky, entre otros autores, que enriquecieron el contenido que se muestra en el recorrido.

“El complejo metalurgista -desde la extracción del mineral, pasando por la fundición, hasta el vaciado- requería una organización artesanal especializada, de mineros, fundidores y orfebres, con una tecnología apropiada”, dice la historiadora Patricia Montaño en su obra El imperio de Tiwanaku.

Es justamente ese proceso el que está a punto de empezar en la caverna subterránea ornamentada con elementos naturales, como piedras y pajonales.

Rememorar una época

Vestido con abarcas y una túnica colorida, para caracterizar a los artesanos, Iván Blanco sale sigiloso de una gruta sosteniendo una batea de cerámica con la que recolectará oro del cerro y le quitará la tierra con agua.

“Ésta es la técnica de recuperación por gravedad. Cuando llovía, los artesanos solían encontrar pepas de oro en los cerros”, explica.

Una vez seleccionado el mineral, lo separaban de las rocas y las impurezas a las que quedaba adherido. Según la procedencia del metal, se lo puede limpiar con la collpa (una especie de polvillo blanquecino).

Para el fundido del mineral usaban un tipo de horno de arcilla llamado huairachina, que operaba captando el viento a través de las perforaciones distribuidas a lo largo de la torrecilla.

“Éstas se ubicaban en los cerros para aprovechar el viento, llegando hasta los 1.400 grados centígrados. Para avivar el fuego se utilizaban cristales y hierbas caloríferos, como las tholas, hichu, bosta y hayu”, explica el actor.

Las lágrimas de metal que se obtenían por acción del fuego eran vaciadas en unos moldes para que se convirtieran en tejos o piezas que luego pasaban a ser laminadas.

En este proceso, la fuerza era fundamental. El mineral era golpeado directamente con un martillo de piedra que lo aplanaba hasta lograr que sea delgado y moldeable.

Era un trabajo minucioso y estrepitoso hasta darle la forma deseada y pasar a la fase del pulido, donde sólo hacía falta un poco de arenilla para frotarla contra la pieza, y un pedazo de cuero de oveja para sacarle brillo.

Las artesanías para entonces tenían un acabado tan pulcro, que incluso podían ser usadas como espejos dorados.

Guido Balderrama, quien también fue parte del recorrido, quedó sorprendido al conocer el minucioso trabajo que había detrás de estas piezas. “Realmente es un aporte para nuestra cultura, y más porque este conocimiento, a través de los turistas que lo visitan, puede ser difundido a diferentes países”, dice.

Concluido el trayecto, en definitiva, cambia la perspectiva del talento de aquellos orfebres prehispánicos que, con gran destreza e ingenio, dejaron un modelo para las nuevas generaciones de artesanos que siguen sus pasos.

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