Las salas, realizadas bajo estrecha supervisión científica y con la colaboración de artesanos egipcios especializados, son la copia perfecta de las descubiertas por el arqueólogo británico Howard Carter en noviembre de 1922.
En el interior, reproducciones de tesoros realizados para acompañar al joven rey en su viaje a la muerte: un carro dorado, un lecho ritual adornado con cabezas de león, los sarcófagos de sus hijos nacidos muertos, el doble ataúd, la capilla con las vasijas que contenían los órganos del muerto extraídos durante la momificación, el imponente trono pintado con escenas de la vida del faraón.
Sin olvidar la célebre máscara funeraria, uno de los símbolos por antonomasia del arte egipcio, que no volvió a dejar El Cairo desde principios de los años 60. “Los objetos originales raramente, si no nunca, dejaron Egipto debido a su fragilidad”, explica en una nota el egiptólogo Martin von Falck, uno de los responsables científicos de la muestra.
“Ahora se hizo imposible transportarlos y hacerlos viajar: por razones de conservación, ya no se consideran accesibles al préstamo. Además, estos objetos están expuestos en dos sitios lejanos uno de otro: el Museo Egipcio de El Cairo y el Valle de los Reyes”, agregó.
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