lunes, 7 de mayo de 2012

Rastreando la dominación: la gran diosa

Los universos míticos registran que hace más de dos mil años los poderes creadores y dadores de vida de las diosas fueron acallados por largo tiempo por la emergencia de la fuerza y la posesión. Sin embargo, las raíces de esa milenaria memoria se anclaron en nuestras cosmovisiones. Los indicios arqueológicos, los textos sagrados, los universos simbólicos o los mitos de creación nos remiten a interconexiones milenarias comunes bajo los mismos ropajes de la vida y la muerte.

Anne Baring y Jules Cashford en su libro El mito de la diosa, dicen: “En el principio, la gran diosa madre da a luz, ella sola, al mundo, que proviene de ella; todas las criaturas, incluidos los dioses, son sus vástagos, parte de su sustancia divina. Todo está vivo, animado —con alma— y todo es sagrado. No tienen razón de ser las distinciones actuales entre ‘espíritu’ y ‘naturaleza’, ‘mente’ y ‘materia’ o ‘alma y ‘cuerpo’: la humanidad y la naturaleza comparten una identidad común”.

Ese principio, a lo largo de la historia, reveló continuidades y paralelismos entre diversas culturas: el mito de la diosa como la imagen en la que se sintetiza la complejidad de la creación, del cosmos, de la vida y de la muerte; del universo como un todo orgánico, sagrado y vivo. Ese universo donde la tierra sigue configurándose gracias a la esencia de la divinidad femenina. Sin embargo, la diosa y ese principio femenino languidecieron ante el dominio y la posesión violenta del poder, de lo que se conocerá luego como el patriarcado.CREADORA. Baring y Cashford en su investigación realizada por más de una década evidencian que hace unos 20 mil años apareció la imagen femenina de la Diosa Creadora sobre un vasto territorio. A lo largo del tiempo, sus huellas se plasmaron en imágenes y esculturas de piedra, hueso o marfil; a veces, en diminutas figuras de cuerpos largos y pechos caídos, otras en redondeadas imágenes maternales cuyas formas abultadas anticipaban el nacimiento. También en figuras marcadas con diversos signos: líneas, triángulos, círculos, redes, hojas, espirales o agujeros.

Las evidencias arqueológicas también muestran a la Diosa Creadora con estilizadas y elegantes formas surgidas de la propia roca que sintetizan la fuerza que sobrevivirá a través de generaciones, tiempos y distancias. Esas representaciones femeninas fueron escondidas a lo largo de milenios, pero los descubrimientos arqueológicos evidencian continuidades y similitudes, precisamente porque develan las huellas de esas humanidades desnudas: mujeres gestantes —como si cuanto fuera femenino en ellas se hubiese concentrado en el misterio abrumador del nacimiento— salpicadas de ocre rojo, el color intenso y poderoso de la sangre dadora de vida. Por esos atributos esas figuras se relacionan también con los ciclos de la naturaleza, del cosmos, de las aguas y de las fases lunares en una relación concomitante entre el orden celeste y terrestre.

Las figuras femeninas que registra la arqueología y la memoria larga de la historia están dotadas de sentidos rituales profundos. Los enigmas del cuerpo femenino traducen el misterio del nacimiento, de la vida y del poder creador. Pero, al mismo tiempo, el misterio no manifiesto en la totalidad de la naturaleza y la trascendencia del cuerpo femenino convirtieron a las mujeres en síntesis, símbolo y expresión de las hembras de todas las especies.

En todas las culturas, ya sea de organización simple o compleja, como apuntan Baring y Cashford, las deidades femeninas desde su dimensión sagrada fueron estructurantes de la consciencia y memorias de los pueblos. En las culturas prehistóricas, la figura cosmogónica central, la potencia o fuerza procreadora del universo fue personalizada en una figura de mujer. Y su poder generador y protector fue simbolizado mediante atributos femeninos —senos, nalgas, vientre grávido y vulva— remarcados. Esa diosa, llamada Gran Diosa, útero divino del que nace todo y al que todo regresa para ser regenerado y proseguir el ciclo de la Naturaleza, presidió con exclusividad la expresión religiosa humana desde 30 mil años antes de nuestra era hasta hasta hace dos mil años. En la Gran Diosa bajo sus diferentes advocaciones se contenían todos los fundamentos cosmogónicos: caos y orden, oscuridad y luz, sequía y humedad, muerte y vida… Por eso su omnipotencia permaneció indiscutida por milenios.PACHAMAMA. Eso ocurrió también en este lado del mundo. La Madre Tierra, la Pachamama, las aguas y la luna o la Loma Santa son deidades sagradas eminentemente femeninas que, desde hace milenios, son reverenciadas cotidianamente. Y esa reverencia se actualiza hoy gracias al renacer de los rituales y los mitos antiguos de los pueblos indígenas de las diversas geografías del territorio boliviano como los uru-chipaya, los chanés, los chiriguanos, los ayoreos o los mosetenes.

El Dios varón no apareció hasta el cuarto o quinto milenio antes de nuestra era. Tras la implantación de la agricultura excedentaria, surgió el dios masculino, el clero, la sociedad de clases y la monarquía. La mujer quedó reducida a un bien propiedad del varón. El dominio del varón sobre la tierra tuvo su equivalente en el cielo —los cambios sociales siempre se justificaron mediante cambios en los mitos— y la deidad masculina comenzó a dominar a las deidades femeninas. La mujer y la Diosa fueron perdiendo su autonomía, importancia y poder al mismo tiempo, víctimas de un mundo cambiante en el que los hombres se hicieron del control de los medios de producción, de la guerra y la cultura, convirtiéndose, por tanto, en detentadores únicos y guardianes de la propiedad privada, la paternidad y el pensamiento.

La Diosa Creadora y las diosas dadoras de vida compartieron la misma historia de negación de otras representaciones femeninas: las sirenas, las amazonas, las hetairas de los griegos —prostitutas sagradas, sabias, dadoras de vida—. Sin embargo, a pesar de milenios de invisibilización, de tergiversación histórica y religiosa, de inquisiciones y de extirpaciones de idolatrías cimentaron nuestra memoria y desde hace algunas décadas comenzaron a rebelarse y develarse.


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