martes, 22 de mayo de 2012

Sajama, ese Coloso que caminaba

Los comunarios que viven en el entorno del área protegida recuerdan las leyendas de los amores y los combates del gigante andino mientras apuestan firmemente por el turismo. Así era el sagrado volcán Sajama en los tiempos en que los cerros caminaban con total libertad por la extensa altiplanicie del continente y la presencia del hombre era todavía insospechada.
Era una época en la que no existían las fronteras y los colosos de la región dominaban el planeta y tanteaban su poder a través de titánicas batallas, que modificaban una y otra vez la fisonomía de sus entrañas.
Ahora, el pico más alto de Bolivia -a 6.542 metros sobre el nivel del mar-, ubicado al noroeste del departamento de Oruro, se encuentra en estado de letargo. “Medio escarbado, medio jodido está”, comenta Tomás Huarachi Mamani, jilakata de la comunidad Suni Uta Choquemarka, uno de los cinco ayllus que habitan las más de 100.000 hectáreas que conforman el Parque Nacional Sajama, en la frontera con la vecina Chile.
Bajo la atenta mirada y protección del nevado, los habitantes del área protegida se han propuesto mejorar su calidad de vida a través del desarrollo sostenible del turismo y los camélidos. Todo ello, sin dejar de lado sus tradiciones ni creencias culturales y alimentando aquellas leyendas que sus antepasados convirtieron, con los siglos, en un símbolo de identidad.

Los eternos rivales
“Grave se peleaban siempre”, inicia su relato Huarachi (56), mientras su mirada se dirige a la cima del volcán y luego hacia un horizonte vacío en dirección a la ubicación del eterno rival del Sajama, el Tata Sabaya, con 5.385 metros de altura.
Ambos gigantes luchaban palmo a palmo por mantener en su regazo a la mayor cantidad de amantes y, por consiguiente, ganarse el respeto de sus pares. Los sangrientos encuentros, que en su mayoría eran ganados por el Sajama, retumbaban en la altipampa y tenían a la fauna andina como único testigo y un esporádico aliado.
“La (lucha) más terrible fue un día cuando el Sajama, ¡lakaj!, de un sopapo le voló los dientes al Tata Sabaya por celos. Su sangre grave salió de la cara del Tata, y manchó para siempre sus entrañas. Por eso, ahora rojiza es siempre su tierra del Sabaya”, narra a unos curiosos turistas, mezclando el castellano con el aymara. La autoridad está en la comunidad, donde en octubre se inauguró la segunda ampliación del albergue ecoturístico Tomarapi, ubicado en las mismas faldas del imponente volcán, extinto, según los expertos, hace aproximadamente unos 10.000 años.

Un emprendimiento exitoso
La empresa turística comunitaria -cuyo proyecto se inició hace cinco años y se hizo realidad en su primera etapa el año 2003- fue una iniciativa de los propios comunarios del lugar, que desde el inicio han contado con el apoyo del Servicio Nacional de Áreas Protegidas (Sernap), la Cooperación Técnica Alemana y el proyecto de Manejo de Áreas Protegidas y Zonas de Amortiguación. Gracias a su ayuda, las cuatro habitaciones con capacidad para 12 personas, construidas con una inversión inicial de menos de 1.000 dólares, dan paso hoy a un pequeño complejo turístico de 25 camas y todos los servicios básicos necesarios para el disfrute del turista.
Este géiser es uno de los más impresionantes del Parque Nacional Sajama. Los visitantes pueden disfrutar de baños termales a minutos del albergue. Los comunarios dirigen sus camélidos hacia varios pastizales de la región. La fuerza de los volcanes del área se muestra gracias a algunos géiseres lefacción a gas, áreas comunes y el servicio de alimentación en base a productos andinos, conforman parte de la oferta desarrollada en el albergue por los comunarios.
Y las 26 familias socias de la empresa -la comunidad campesina está conformada por 38 familias y unos 130 habitantes- no pueden estar más complacidas con el resultado de lo que fue un utópico proyecto que ahora se constituye en centro vital de los circuitos turísticos del Parque Nacional Sajama y sus áreas de amortiguación.
Actualmente, la empresa Tomarapi SRL mantiene una cuenta bancaria cuyos ahorros ascienden a los $US 6.500, producto de los ingresos del hospedaje. Además, los socios, que pagan puntualmente impuestos y también emiten facturas, recibieron una utilidad de 150 dólares en dos oportunidades.
“No sabíamos que era el turismo, nos daba miedo, pero hemos aprendido cómo piensan los turistas para poder mejorar nuestra situación”, manifiesta con orgullo Javier Huarachi Marca, gerente de la empresa turística comunaria.
La confesión de Huarachi se refuerza con aquella creencia de que cuando el frío se intensifica en la zona es porque “de seguro el blanco está intentando subir al sagrado Sajama”, comenta con tono irónico Teodoro Crispín Mamani, quien ahora celebra la resencia de los “blancos” en el área protegida; visitantes que el año pasado fueron más de 3.000, de los cuales unos 500 se alojaron en Tomarapi.

Un nevado en agonía
“Una vez, el Sajama era más alto”, masculla con ingenuidad Félix Huarachi (17), mientras sus ojos recorren la cara oeste del volcán, que producto de la radiación ultravioleta ha perdido un 60% de su cobertura de nieve. Así lo confirma Franz Guzmán, actual director del Parque Nacional Sajama, quien se enorgullece al recordar que el nevado boliviano es el octavo más grande de Latinoamérica, pero también muestra su pesar ante la constante pérdida de nieve que sufre cada año el coloso andino.
Félix, en cambio, está sereno. Confía que el Illimani saldrá en ayuda de su hermano mayor, el Sajama, así como lo hizo anteriormente en varias oportunidades, según los relatos que notaban antes los abuelos y que el joven y emprendedor aymara bien conoce.
“Dice que los tujus (especie de topos gigantes) querían destruir al Sajama. Día y noche escarbaban con sus garras su cuerpo y le quitaron altura. A un zorro mandó el Sajama para pedir ayuda a su hermana el Illimani. Entonces, ella en un frasco le mandó nubes, pero el zorro curioso lo abrió en Ayo Ayo y la lluvia se precipitó. Por eso, ahora harto llueve en Ayo Ayo, ¿no ve?”, dirige la voz a sus amigos, que con timidez responden afirmativamente con la cabeza. Luego, Félix retoma con mucha habilidad el relato. “Rápido volvió a guardar algunas nubes el zorro y, asustado, le entregó el frasco al Sajama. El Tata abrió éste y, en vez de lluvia, harta nieve cayó, matando a los tujus, salvando a la montaña de su muerte”. La suerte del Sajama y su dominio en el altiplano cambió después con la aparición de un coloso de 5.775 metros, el Mururata, que se enamoró de la montaña Anallajchi, esposa del Sajama, a quien el recién llegado se propuso poseer. “Con korawa (honda andina) el Mururata le arrancó el corazón al Sajama y dando una vuelta y otra hasta Chile llegó, formando una montaña. Pero grave se enojó el Sajama y de un golpe muy certero le arrancó la cabeza al Mururata”.
Luego, continúa Félix-quien espera estudiar turismo para formar parte de la empresa Tomarapi como guía para los visitantes-, “Anallajchi le dijo: ‘Demasiado celoso eres, ya no te quiero’. Así, diciendo eso, se fue y su hijito, el cerro Chascacollo, siguió detrás de ella”.
Pero jamás logró alcanzarle, ya que la llegada del hombre marcó el final del tranquilo deambular de las montañas de un lado para otro.
Aunque no todo fue negativo. Al menos, se consolidó la excepcional belleza escénica actual, dominada por la presencia incomparable de los ahora inmóviles volcanes.

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